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El elefante en la habitación: el problema que nadie quiere afrontar

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La presencia de un elefante en el salón de casa (“an elephant in the room”) es una metáfora anglosajona que se utiliza para expresar un problema o situación obvia que todos conocen y perciben, pero que nadie está dispuesto a hablar de ello.

Esta situación tiene una naturaleza universal. En cualquier familia, sea o no empresaria, nos podemos encontrar coyunturas o conductas no deseadas de sus integrantes que son manifiestamente conocidas por todos, pero que constituye un tabú hablar de ellas o afrontar su solución.

Por el bien de todos, existe un código de conducta no escrito que consiste en ‘rodear al elefante’ para que este no se enfade y empiece a moverse y destroce todo el salón, y de paso ‘patee’ a los presentes.

Ahora bien, controlar a este elefante requiere de mucha energía que desgasta las relaciones de los miembros de la familia. Esto, trasladado a una familia empresaria, afecta a la calidad de su comunicación interna y, consecuentemente, a su capacidad para avanzar en la dirección adecuada.

¿Qué problemas se asocian al elefante?

En primer lugar, hay que señalar que el elefante no representa a un miembro de la familia en sí (por ejemplo: el fundador, el hermano/a líder, el miembro conflictivo de la familia), sino a las consecuencias de los carácteres de sus integrantes, ya sea una situación como la permisividad de ciertas conductas de la familia sobre la empresa familiar, la interacción de la comunicación entre ellos, la falta de capacidad para gestionar la empresa familiar, el hecho de percibir retribuciones no acordes a las verdaderas funciones en la empresa, etc.

¿Cuáles son los problemas que asustan al elefante?

El elefante es un concepto que se refiere al problema y, si este se mueve (porque ponemos encima de la mesa la situación), el elefante se asusta generando una situación que puede llevar a la ruptura familiar y, por consiguiente, puede conllevar graves problemas en las relaciones y roles de los familiares en la empresa.

¿Qué hacemos con el elefante?

Como he escrito en párrafos anteriores, el elefante consume mucha energía e impide avanzar en la dirección adecuada porque dificulta que los miembros de la familia empresaria puedan comunicarse, interrelacionarse, alcanzar consensos y mantenerse cohesionados frente a los objetivos comunes, alterando con ello la capacidad de la empresa para adaptarse a los cambios, ya sean internos, o del entorno social, económico y empresarial.

Quizás, la primera respuesta que surja ante la duda de qué hacer con el problema sea: “asesinar al elefante”. No obstante, si “asesinamos al elefante”, ello puede provocar que su cadáver se quede permanentemente en el salón. Ganarán unos pocos, pero, en el fondo, perderán todos.

Por tanto, la respuesta correcta es: “le invitamos a que se vaya del salón”. Seguramente, el elefante será mucho más feliz viviendo fuera del salón y a la familia, le quedará ‘más espacio’ para convivir. Ahora toca considerar cómo gestionamos dicha salida.

La salida del elefante

Como premisa previa, hay que aceptar entre todos que: “podemos estar de acuerdo en estar en desacuerdo”. El tiempo pasa y los integrantes de la familia empresaria evolucionan en todos los sentidos. Se van creando nuevas expectativas, disyuntivas y necesidades. Esto provoca que cada uno busque sus propias soluciones en detrimento del interés general. Revertir esta situación solo es posible si todos aceptan hablar libremente de su situación.

Después de la premisa previa, hay que preguntarse, en primer lugar, “por qué queremos seguir siendo socios”. Las expectativas que posee cada miembro propietario de la familia empresaria se centran en el retorno financiero (‘la cartera’) y el retorno emocional (‘el corazón’). El primero de ellos se materializa en el dividendo o la percepción del riesgo para mantener la futura capacidad de adaptación de la empresa a los retos del mercado. El segundo, en la satisfacción o status personal y social.

En segundo lugar, es necesario definir el papel que quiere jugar cada uno. Los roles en la familia empresaria pueden ser varios. Partiendo del un rol común (son todos miembros de la misma familia y ello no se puede eliminar), el rol a desempeñar como propietario (en el gobierno) y/o en la empresa (dirigir, gestión o trabajar). Cada uno tiene que tener la libertad de elegir su rol y, el resto de los miembros de la familia debe aceptar, si está capacitado para ello, el rol propuesto.

En tercer lugar, hay que definir “cómo vamos a tomar las decisiones a partir de ahora”. Para poder seguir siendo socios de la empresa familiar, estos deben asegurarse de que la compañía puede adaptarse a los cambios que vienen provocados por las transformaciones del ambiente. Para permitir dicha adaptación, la familia debe adoptar la profesionalización de la toma de decisiones. Construir órganos de gobierno diferenciados entre la familia y la empresa permite manejar mejor las variaciones.

Y es que el salón de casa no es la sede de la empresa. Esta tiene sus propios órganos de gestión que deben responder a lo que espera el accionista y a lo que necesita la empresa. Dichos órganos son, respectivamente, el consejo de familia y el consejo de administración.

Para finalizar este post, una reflexión: hemos hablado de cómo ayudar a que el elefante salga, pero es importante preguntarse también qué hay que hacer para que no aparezca el elefante en el salón de casa.

Manuel Pavón

Consejero familiar y Director editorial de www.laempresafamiliar.com

hola@manuelpavon.com

www.manuelpavon.com

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